Bryan Chavarría Campos y Camilo Regueyra Bonilla son los directores de Yunta Arte Escénico, agrupación que presentó Un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Foto: cortesía de Valery Aguilar.
Diálogo entre el profesor de psicología Javier Tapia Balladares y los artistas Camilo Regueyra Bonilla y Bryan Chavarría Campos
En el 2019, bajo el sello editorial de la Universidad de Costa Rica, se publicó el libro Biopoética de la adolescencia. Identidades, creencias, vínculos, de Javier Tapia Balladares, docente e investigador de la Universidad de Costa Rica. A lo largo de esta voluminosa obra, no solo advertimos la rigurosidad y la seriedad propia de los estudios académicos, sino también el cuidado y el entusiasmo con los cuales fue escrita. No en vano, en el 2020, mereció el Premio Nacional de Investigación Cultural 2019.
Mientras tanto, en otra latitud llamada Yunta Arte Escénico, se gestaban procesos artísticos que, en principio, podríamos pensar, no se relacionan con una investigación académica. Sin embargo, esos dos archipiélagos —como diría Rodrigo Facio— se convirtieron en continente en el 2021.
Cuenta Tapia que un día lo sorprendió un correo electrónico, no era un mensaje ordinario como tantos otros, por el contrario, tenía "el aire de un acontecimiento extraordinario. Era extraordinario en el curso de mi propio acontecer profesional".
El remitente era Camilo Regueyra Bonilla, estudiante de Artes Dramáticas de la UCR, bailarín, coreógrafo y codirector de la agrupación Yunta Arte Escénico. Regueyra le contaba a Tapia sobre su proyecto Un pajarito me contó que estamos hechos de historias, una obra escénica que fusiona la danza contemporánea con el teatro.
Regueyra, junto con Bryan Chavarría Campos, estudiante de Filología Española de la UCR, bailarín y también codirector de dicha agrupación, estaba preparando una propuesta artística que se concentraba en el tema de la identidad de las personas jóvenes: los mecanismos y procedimientos que intervienen en su conformación. Tal y como pueden ir sospechando nuestros lectores, ese es el tema que une las historias de Tapia, Regueyra y Chavarría. Los artistas estaban utilizando Biopoética de la adolescencia como insumo teórico para redactar su creación coreográfica. Y, por eso, le solicitaban a Tapia asesoría teórica y metodológica.
Para Tapia, esto "contenía la posibilidad de abrir un proceso de transferencia de conocimientos en el campo de las artes, desde el Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP)" que él dirige. Para los artistas, significaba la oportunidad de retroalimentarse de un saber académico.
En palabras de Regueyra, "yo, como artista escénico, siempre estoy soñando despierto, buscando temáticas de interés. Cuando comenzamos a conceptualizar el proyecto, a buscar bibliografía y a investigar para enviar la propuesta al ProArtes, encontré la publicación de Javier Tapia. Ese libro nos funcionó de insumo teórico para plantear el proyecto. También contactamos al IIP para solicitarle a Tapia la asesoría a lo largo del proceso de creación de la coreografía".
Y así fue como se entrecruzaron las vidas de estos tres universitarios, gracias a la búsqueda de nuevas formas de conocimiento. Quizá se encontraron como Eduardo Galeano descubrió a Muriel Rukeyser. "Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias", citó el uruguayo. Y ese "pajarito" fue la poeta neoyorquina Rukeyser. "El universo está hecho de historias, no de átomos", expresó la estadounidense. No puede haber duda, ¡somos la confluencia de historias y conocimientos!
Antes de subir al escenario
Quizá los espectadores no suelen pensar que los procesos creativos (y las consecuentes obras) siempre parten de una premisa conceptual que respalda la propuesta artística. Por eso, este breve comentario pretende acercarse al trabajo desarrollado antes de subir al escenario y no a la puesta en escena de Un pajarito me contó que estamos hechos de historias, ni al análisis de la investigación Biopoética de la adolescencia.
En pleno ensayo. Foto: cortesía de Valery Aguilar.
El quehacer previo a la presentación de dicha coreografía incluyó cuatro sesiones de diálogo, en las cuales —narra el investigador— "nos sentamos, literalmente, en un piso de madera acabado y cuidado con esmero, en el Parque La Libertad de Desamparados, en uno de esos salones que muestran un poco de lo que es capaz de dar la ternura del Estado a su gente. Nos sentamos a discutir escenas, a mostrar mi ignorancia, mi sed de saber, mi búsqueda en el movimiento del cuerpo".
En la primera reunión, el profesor Tapia les dio una charla sobre algunos elementos teóricos relacionados con la identidad adolescente. En las otras tres, los acompañó para hacer una lectura de lo que Regueyra y Chavarría iban creando y, a partir de esa lectura, les daba perspectivas sobre cómo se podía seguir trabajando la propuesta.
El investigador narra que a pesar de que solo compartieron cuatro sesiones, fueron "suficientes para suscitar un interés cercano al asombro, como si se estuviese filosofando, construyendo una casa o escribiendo poesía". Para él, esta experiencia "se ha tratado de un acto de integración interdisciplinaria, convocando, desde la danza y el teatro, a la psicología del desarrollo de la adolescencia, a una sensibilidad con capacidad de crear puentes, articulaciones, vínculos. Era la ocasión de desplegar en la práctica un acto biopoético".
De esta manera, desde la perspectiva de Tapia, tal experiencia "ha sido la del diálogo". "Camilo y Bryan me han mostrado la conexión del cuerpo, del movimiento, de la palabra. He recibido con esta experiencia más de lo que merezco. De ahí que siento una enorme gratitud por haber participado y haber descubierto esta dimensión para el Instituto. Para mí como profesional de la investigación en psicología, esta experiencia deja una estela productiva. El mayor deseo es que pueda repetirse la confluencia de investigación en psicología y arte. Se configuraría así un horizonte novedoso para el Instituto, más allá de nuestro proyecto de transferencia de conocimiento".
Por otra parte, desde la perspectiva de Regueyra, el hecho de poderle presentar la coreografía al profesor y, a partir de eso, recibir retroalimentación hizo que el proceso creativo se enriqueciera de otros lenguajes: "el intercambio de conocimiento fue muy ameno, nutricio para la propuesta". Y, aunque cada proceso artístico es diferente —explica Regueyra— y, por tanto, parten de distintas lógicas, él decidió incluir el conocimiento académico, ya que como estudiante universitario se nutre de ese tipo de saber, le resulta cercano y no lo desprecia: "creo que aporta formas de entendimiento, realidades, conceptos, como en este caso, la identidad".
No hay duda de que en esta experiencia, Tapia —como investigador de la psicología— y Regueyra y Chavarría —como artistas y estudiantes— se asomaron "con simpatía al huerto del vecino" y comprendieron "que su propio huerto no se confunde con el mundo entero ni es la primera de todas las cosas" (Rodrigo Facio Brenes).